Don Luis, el quiosquero.
1976, mi infancia transcurría en la ciudad de Las Piedras,
cursaba 4º de primaria en el colegio San isidro, como todas las
mañanas había salido temprano rumbo al colegio, no sin antes pasar por el bar
de mi viejo a darle los buenos días (mi papá se levantaba todos los días a las
4 de la mañana para abrir el bar) y continuar camino pasando por el quiosco de
don Luis que estaba en la misma esquina y donde me aprovisionaba de chicles y
figurítas(cuando no de contrabando de unos chicles que venían con unas cartas
con “señoritas “en ropa interior, quien de mi generación no se las ingeniaba en
conseguirlas?).
Esa mañana, cosa que me extraño, mi rutina se vio truncada
debido a que el quiosco de don Luis estaba cerrado, solía abrir un poco antes
de la hora en que los botijas del barrio salieran rumbo a clase. Esa mañana sin
embargo faltó a la cita, mi papá me dijo que lo había visto entrar por la
mañana temprano pero que luego le perdió de vista, que seguramente hubiese
tenido que ir nuevamente a atender a Doña Claudia, su mujer, que estaría en
otro de sus ataques.
Don Luis era un tipo amable, con un nivel cultural envidiable
y buen oído para la gente. Mi viejo le había llegado a tener mucho aprecio, no
era un habitué de las cenas en casa ni de las salidas con amigos o excursiones
que se organizaban en el bar, era un hombre generoso que siempre estaba echando
una mano a quien lo necesitara con la mayor discreción posible.
Había llegado a nuestras vidas unos años antes, el
quiosco, pasó a ser una seña de identidad más delante del “Ruta 48” y su dueño
alguien muy querido en el barrio.
Luis viva solo con su mujer, Doña Claudia, una mujer amable
y de unos modales exquisitos , su figura alta y delgada y las facciones de su
rostro, permitían adivinar fácilmente cual fue el motivo de que don Luis se
fijase en ella 35 años atrás. Él era un hombre totalmente calvo, de bigote a lo mostacho perfectamente
recortado, sin barba. Llevaba siempre su pipa encendida, impregnado el aire con
olor a chocolate de su Half and Half, mientras en la radio del quiosco,
arrinconada en aquel diminuto espacio, sonaba por la mañana algún aria de
Bellini, Bizet o Mascagni en la Sodre.
Sabíamos en el barrio, que cuando el quiosco estaba cerrado,
en los horarios habituales de trabajo, la razón más probable era que Don Luis
hubiese tenido que salir corriendo a socorrer y contener a su mujer en medio de
una de sus tantas crisis.
El caso es que, hacia aquel día 10 años, se había muerto
Carlos, su hijo, ahogado en uno de esos tantos accidentes en las lagunas de las
canteras de nuestro país y que abundan en el departamento de Canelones.
Doña Claudia no había podido, no digo ya superar porque eso
no creo que ninguno de nosotros pudiese, ni mantener un mínimo de equilibrio
emocional. Llevaba desde el día del accidente, en el que estaban con él, teniendo
alucinaciones, crisis de nervios y episodios de ausencia que terminaban con
Luis buscándola por toda la ciudad, apareciendo generalmente en el cementerio
de las piedras o en la cantera del fatal accidente.
Estas crisis y/o episodios de ausencia en los que ella creía
ver a su hijo y salía a su encuentro, se sucedían a cualquier hora del día, encontrándose
mi padre a veces a las 4 de la mañana
con Luis acompañando a su mujer de regreso a casa. Él era su apoyo, parecía
ser el más fuerte, más de una vez había oído decir a la gente “la fuerza que
tiene Luis, que no solo lleva su propio dolor, que además se hace cargo de su
mujer”. Si, Luis parecía un hombre muy fuerte, entero, capaz de seguir adelante
y con la cordura y el temple necesario que requería esa situación.
Aquella mañana, todos nos imaginamos lo mismo, que volvía a
repetirse lo de casi todos los días, y que a la tarde tendríamos otra vez a
aquel hombre amable y generoso que nos regalaba una sonrisa, un poco de charla
y si estabas pasando un momento apurado (como o vi más de una vez) “llévale un
cochecito a tu nene, ya me lo pagaras cuando puedas”.
Ese mediodía, a la salida del colegio, me esperaba Caraballo
(el amigo de mi papa) yo llevaba ya desde 2º volviendo solo caminando hasta el
bar de mi viejo, comía y hacia los deberes ahí hasta que mi madre terminaba de
trabajar. Le pregunté qué hacía ahí, que yo no necesitaba que me acompañase que
yo me iba solo y me dijo que mis padres habían dicho que me fuese a casa
directamente, que estaban todos bien y que no había pasado nada pero que fuese
a casa directo.
Con 10 años yo tenía clara una cosa, cuando alguien te dice
que en una misma frase “están todos bien y no pasa nada” es que algo malo, muy
malo y que no quieren que sepas ha pasado.
Esa tarde acepte a regañadientes la custodia de Don
Caraballo, primero porque él estaba haciendo eso cumpliendo con el pedido de mi
viejo por la amistad que les unía y segundo porque en aquella época y con la
crianza que uno recibía, cuestionar las directrices de un adulto no era parte
de mí, pero mis viejos tendrían que darme una explicación cuando llegasen a
casa.
Lamentablemente la primera en llegar fue mi madre, para
quienes no la conocen, y la quiero muchísimo, mi madre no se ha caracterizado
nunca por ser ni una persona sensible ni por su tacto a la hora de decir las
cosas, me soltó todo como si se tratase de la crónica de sucesos de Subrayado.
Don Luis había aparecido muerto en el quiosco, para colmo de males no se ahorro detalles comentando con Caraballo la horrible escena.
Mi papa a eso de las
10 de la mañana se percató de un sobre que alguien había deslizado por debajo
de la puerta de la cocina del bar, que solo se habría para dejar entrar a los
proveedores, abrió el sobre y se encontró con una carta de despedida de Don
Luis y últimas voluntades, que según expresaba, confiaba en el buen hacer de su
vecino y amigo para que las hiciese respetar. En la carta se despedía y pedía perdón
por lo que iba a hacer y por las molestias que sabía iba a ocasionar, explicaba
también que un par de meses antes se había encargado de poner todo a nombre de
su mujer para que esta no tuviese que preocuparse de ningún tipo de tramite
salvo los inherentes a la pensión que le quedaría por viudedad, hasta lo
referente al velatorio y entierro estaban cubiertos por un seguro que había contratado
un par de años antes. A mi padre le pedía que por favor hablase la semana
siguiente con unas chicas que querían comprar el quiosco e intentase negociar
el mejor precio para su mujer. El, decía, lo había intentado, pero ya luego de
10 años, le era imposible seguir llevando la carga de su dolor y la pena
constante de su mujer, así como el reproche de esta por no haber salvado la
vida de su hijo.
Hoy veo gente lamentándose de su vida en las redes sociales,
buscando mensajes y frases , que ni son suyas, cada vez más tristes y melancólicas,
preocupando con esa imagen bucólica a quienes les leemos y deseamos su bien,
llorando por los rincones por ilusiones que no han sido ni serán más que eso,
desnudando sus miserias clamando a gritos que le vean, que vean cuanto sufren,
que miren el maltrato constante al que les somete la vida, buscando un culpable
para todo, ocultando en la manera de lo posible hasta los buenos momentos, porque
si eso se postea no recibe comentarios. Esa gente que pensamos que en cualquier
momento se quita la vida, y por la que nos sentimos miserables por no poder
ayudar, o no saber hacerlo, terminan insensibilizándonos ante el verdadero
dolor, ante el sufrimiento real, aquel que no busca cobertura mediática ni
protagonismo .
Luis perdió a su hijo, no llamo nunca la atención, regalo
sonrisas, palabras amables y de afecto, fue generoso incluso con sus últimos 10
años de vida al lado de una mujer que se había encerrado en su dolor. Luis se
fue, pidiendo perdón y dando las gracias, antes de eso, nadie se había fijado
en que él era también un ser dolido y
roto, porque quien tenía a su lado acaparaba toda la atención. Yo vi llorar a
mi viejo y lamentarse por no haberlo visto, por no haber visto antes la carta,
que tal vez si hubiese llegado a tiempo……………
Mirad bien a vuestro alrededor, no miréis lagrimas ni post melancólicos,
llenos de dolor, el verdadero dolor no se expresa, porque nos da vergüenza reconocerlo,
mirad en la gente que conocéis de verdad y lo que ha pasado últimamente en sus
vidas, nos estamos acostumbrando a que en las redes todos se ponen etiquetas, “me
duele “estoy triste “el dolor me abruma” súplicas de atención y otra cantidad
de ellas, mirad realmente a quienes podéis ayudar, e interesaros por lo que pasa
en sus vidas. Es la única forma de reconocer el verdadero dolor, manteniendo contacto y si se puede con un café de por medio.
Mientras sed felices, porque si no tampoco seréis de ayuda.
El Pibe
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