lunes, 10 de marzo de 2014

Don Luis, el quiosquero

Don Luis, el quiosquero.


1976, mi infancia transcurría en la ciudad de Las Piedras, cursaba 4º de primaria en el colegio San isidro, como todas las mañanas había salido temprano rumbo al colegio, no sin antes pasar por el bar de mi viejo a darle los buenos días (mi papá se levantaba todos los días a las 4 de la mañana para abrir el bar) y continuar camino pasando por el quiosco de don Luis que estaba en la misma esquina y donde me aprovisionaba de chicles y figurítas(cuando no de contrabando de unos chicles que venían con unas cartas con “señoritas “en ropa interior, quien de mi generación no se las ingeniaba en conseguirlas?).

Esa mañana, cosa que me extraño, mi rutina se vio truncada debido a que el quiosco de don Luis estaba cerrado, solía abrir un poco antes de la hora en que los botijas del barrio salieran rumbo a clase. Esa mañana sin embargo faltó a la cita, mi papá me dijo que lo había visto entrar por la mañana temprano pero que luego le perdió de vista, que seguramente hubiese tenido que ir nuevamente a atender a Doña Claudia, su mujer, que estaría en otro de sus ataques.

Don Luis era un tipo amable, con un nivel cultural envidiable y buen oído para la gente. Mi viejo le había llegado a tener mucho aprecio, no era un habitué de las cenas en casa ni de las salidas con amigos o excursiones que se organizaban en el bar, era un hombre generoso que siempre estaba echando una mano a quien lo necesitara con la mayor discreción posible.

Había llegado a nuestras vidas unos años antes, el quiosco, pasó a ser una seña de identidad más delante del “Ruta 48” y su dueño alguien muy querido en el barrio.
Luis viva solo con su mujer, Doña Claudia, una mujer amable y de unos modales exquisitos , su figura alta y delgada y las facciones de su rostro, permitían adivinar fácilmente cual fue el motivo de que don Luis se fijase en ella 35 años atrás. Él era un hombre totalmente  calvo, de bigote a lo mostacho perfectamente recortado, sin barba. Llevaba siempre su pipa encendida, impregnado el aire con olor a chocolate de su Half and Half, mientras en la radio del quiosco, arrinconada en aquel diminuto espacio, sonaba por la mañana algún aria de Bellini, Bizet o Mascagni en la Sodre.

Sabíamos en el barrio, que cuando el quiosco estaba cerrado, en los horarios habituales de trabajo, la razón más probable era que Don Luis hubiese tenido que salir corriendo a socorrer y contener a su mujer en medio de una de sus tantas crisis.

El caso es que, hacia aquel día 10 años, se había muerto Carlos, su hijo, ahogado en uno de esos tantos accidentes en las lagunas de las canteras de nuestro país y que abundan en el departamento de Canelones.
Doña Claudia no había podido, no digo ya superar porque eso no creo que ninguno de nosotros pudiese, ni mantener un mínimo de equilibrio emocional. Llevaba desde el día del accidente, en el que estaban con él, teniendo alucinaciones, crisis de nervios y episodios de ausencia que terminaban con Luis buscándola por toda la ciudad, apareciendo generalmente en el cementerio de las piedras o en la cantera del fatal accidente.
Estas crisis y/o episodios de ausencia en los que ella creía ver a su hijo y salía a su encuentro, se sucedían a cualquier hora del día, encontrándose mi padre a veces a las 4 de la mañana  con Luis acompañando a su mujer de regreso a casa. Él era su apoyo, parecía ser el más fuerte, más de una vez había oído decir a la gente “la fuerza que tiene Luis, que no solo lleva su propio dolor, que además se hace cargo de su mujer”. Si, Luis parecía un hombre muy fuerte, entero, capaz de seguir adelante y con la cordura y el temple necesario que requería esa situación.

Aquella mañana, todos nos imaginamos lo mismo, que volvía a repetirse lo de casi todos los días, y que a la tarde tendríamos otra vez a aquel hombre amable y generoso que nos regalaba una sonrisa, un poco de charla y si estabas pasando un momento apurado (como o vi más de una vez) “llévale un cochecito a tu nene, ya me lo pagaras cuando puedas”.
Ese mediodía, a la salida del colegio, me esperaba Caraballo (el amigo de mi papa) yo llevaba ya desde 2º volviendo solo caminando hasta el bar de mi viejo, comía y hacia los deberes ahí hasta que mi madre terminaba de trabajar. Le pregunté qué hacía ahí, que yo no necesitaba que me acompañase que yo me iba solo y me dijo que mis padres habían dicho que me fuese a casa directamente, que estaban todos bien y que no había pasado nada pero que fuese a casa directo.

Con 10 años yo tenía clara una cosa, cuando alguien te dice que en una misma frase “están todos bien y no pasa nada” es que algo malo, muy malo y que no quieren que sepas ha pasado.
Esa tarde acepte a regañadientes la custodia de Don Caraballo, primero porque él estaba haciendo eso cumpliendo con el pedido de mi viejo por la amistad que les unía y segundo porque en aquella época y con la crianza que uno recibía, cuestionar las directrices de un adulto no era parte de mí, pero mis viejos tendrían que darme una explicación cuando llegasen a casa.
Lamentablemente la primera en llegar fue mi madre, para quienes no la conocen, y la quiero muchísimo, mi madre no se ha caracterizado nunca por ser ni una persona sensible ni por su tacto a la hora de decir las cosas, me soltó todo como si se tratase de la crónica de sucesos de Subrayado. Don Luis había aparecido muerto en el quiosco, para colmo de males no se ahorro detalles comentando con Caraballo la horrible escena.

Mi papa  a eso de las 10 de la mañana se percató de un sobre que alguien había deslizado por debajo de la puerta de la cocina del bar, que solo se habría para dejar entrar a los proveedores, abrió el sobre y se encontró con una carta de despedida de Don Luis y últimas voluntades, que según expresaba, confiaba en el buen hacer de su vecino y amigo para que las hiciese respetar. En la carta se despedía y pedía perdón por lo que iba a hacer y por las molestias que sabía iba a ocasionar, explicaba también que un par de meses antes se había encargado de poner todo a nombre de su mujer para que esta no tuviese que preocuparse de ningún tipo de tramite salvo los inherentes a la pensión que le quedaría por viudedad, hasta lo referente al velatorio y entierro estaban cubiertos por un seguro que había contratado un par de años antes. A mi padre le pedía que por favor hablase la semana siguiente con unas chicas que querían comprar el quiosco e intentase negociar el mejor precio para su mujer. El, decía, lo había intentado, pero ya luego de 10 años, le era imposible seguir llevando la carga de su dolor y la pena constante de su mujer, así como el reproche de esta por no haber salvado la vida de su hijo.

Hoy veo gente lamentándose de su vida en las redes sociales, buscando mensajes y frases , que ni son suyas, cada vez más tristes y melancólicas, preocupando con esa imagen bucólica a quienes les leemos y deseamos su bien, llorando por los rincones por ilusiones que no han sido ni serán más que eso, desnudando sus miserias clamando a gritos que le vean, que vean cuanto sufren, que miren el maltrato constante al que les somete la vida, buscando un culpable para todo, ocultando en la manera de lo posible hasta los buenos momentos, porque si eso se postea no recibe comentarios. Esa gente que pensamos que en cualquier momento se quita la vida, y por la que nos sentimos miserables por no poder ayudar, o no saber hacerlo, terminan insensibilizándonos ante el verdadero dolor, ante el sufrimiento real, aquel que no busca cobertura mediática ni protagonismo .

Luis perdió a su hijo, no llamo nunca la atención, regalo sonrisas, palabras amables y de afecto, fue generoso incluso con sus últimos 10 años de vida al lado de una mujer que se había encerrado en su dolor. Luis se fue, pidiendo perdón y dando las gracias, antes de eso, nadie se había fijado en  que él era también un ser dolido y roto, porque quien tenía a su lado acaparaba toda la atención. Yo vi llorar a mi viejo y lamentarse por no haberlo visto, por no haber visto antes la carta, que tal vez si hubiese llegado a tiempo……………
Mirad bien a vuestro alrededor, no miréis lagrimas ni post melancólicos, llenos de dolor, el verdadero dolor no se expresa, porque nos da vergüenza reconocerlo, mirad en la gente que conocéis de verdad y lo que ha pasado últimamente en sus vidas, nos estamos acostumbrando a que en las redes todos se ponen etiquetas, “me duele “estoy triste “el dolor me abruma” súplicas de atención y otra cantidad de ellas, mirad realmente a quienes podéis ayudar, e interesaros por lo que pasa en sus vidas. Es la única forma de reconocer el verdadero dolor, manteniendo contacto y si se puede con un café de por medio.

Mientras sed felices, porque si no tampoco seréis de ayuda.

El Pibe




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