viernes, 14 de marzo de 2014

El Ruso

El Ruso

Diciembre de 1981, yo contaba entonces con 14 años, fue mi primera migración en busca de trabajo, mi padre había fallecido casi dos años antes y las expectativas para mi madre y para mí, en Uruguay, no eran alentadoras.

En Argentina se vivía entonces una de tantas épocas de bonanza económicas y allí estaban mis tíos, Beba la hermana de mi madre y Julio su marido, regenteaban junto a sus hijos una panadería muy cerca de la avenida Juan B. Justo.  Mi tío Julio, hijo de inmigrantes Judíos, había llegado a B. Aires desde Uruguay ya hacía unos cuantos años, con muchísimo esfuerzo, como marcaba la tradición ancestral de su estirpe, había conseguido, no sin algún traspié, una estabilidad económica al lado de una mujer extraordinaria y habían formado una familia que trabajaba y vivía en base al principio del trabajo duro y constante.

Mi tío, recordaba siempre con cariño la figura de mi padre, años antes  habían mantenido además de la relación familiar derivada de sus parejas una gran amistad, que pese a las dificultades  de algún momento, perduraba en el tiempo. Al fallecer mi padre, fueron los primeros en aparecer en escena ofreciendo sin restricciones  su apoyo en aquellos momentos difíciles, al punto de ofrecernos no solo la posibilidad de trabajar con ellos, sino también su hogar y cariño y el de su familia.

Así, en aquel verano, nos trasladamos a Buenos aires, mi madre comenzó a trabajar con mi tía en la tienda de aquella panadería en la calle Añasco y yo junto con mi primo a ayudar en la “cuadra” de aquella panadería.  Por supuesto que una de las condiciones que ponían a aquella colaboración era que yo continuase mis estudios, motivo por el cual sabía que el esfuerzo seria por partida doble, Así empezó mi periplo estudiantil que termino con un bachillerato acabado a base de exámenes libres preparándolos en una academia en Ituzaingo y desplazándome a Montevideo cada 3 meses a presentarme a los mismos. Metodología que continuo aun cuando regrese por fin a Montevideo en el año 84 para poder así seguir trabajando y compaginando los estudios.

Aquellos años marcaron a fuego lo que sería el resto de mi vida, no me falto en ningún momento el apoyo emocional que necesitaba, la figura de aquel hombre que, a pesar de las dificultades y desengaños sufridos de parte de quienes él nunca supo negar ayuda, seguía manteniendo aquella actitud solidaria, término representando la figura paterna perdida trágicamente.

Vivimos entonces aquel episodio trágico en la historia de esa nación, la Guerra de las Malvinas, declarada el 2 de abril de 1982 y que  conmociono a todo el país, y en el seno de aquella familia se vivió con el nerviosismo lógico provocado por la incertidumbre de no saber cuándo llamarían a filas a uno de sus hijos.
Aquella guerra infame, por un trozo de tierra que nadie hasta entonces quería, en donde ondeaba una bandera que nunca debió hacerlo de una potencia de ultramar lejana, dejó como saldo casi un millar de muertes entre los 2 bandos y decenas de miles de vidas jóvenes marcadas por el horror de un conflicto absurdo.

Una junta militar consciente de que llegaba al fin de sus días decidió, como estrategia propagandística, reclamar aquel territorio sin importarle el saldo inmoral de vidas de aquellos jóvenes obligados a participar.
No hare un relato de lo ocurrido durante el conflicto, de ello se ha hablado hasta el hartazgo y quien no lo conozca lo puede googlear tranquilamente y verlo desde el prisma que prefiera. En aquel hogar se intentaba diariamente mantener la calma y evitar hablar de lo obvio, nadie podía adivinar que aquello terminaría en el mes de junio de ese mismo año, para mí y los integrantes de aquel núcleo, nos parecieron décadas.

En mi recuerdo sigue latente la figura de aquel hombre, ni tio, que poco tiempo después dejo este mundo, sigue hoy vivo como un ejemplo de solidaridad no solo con los más cercanos, sino también con cualquiera que su corazón le dictara merecía ser ayudado.

A su lado su mujer, Beba, con una fortaleza envidiable y sentido de entrega a la familia, mantenía a raya a base de interminables horas de trabajo la economía de aquella empresa familiar. Emprendedora como pocas he conocido en mi vida, no recuerdo ya que no supiera hacer, su paso firme y decidido por la vida, arremetía  contra las dificultades como un verdadero huracán y quienes íbamos detrás sabíamos que podría con todo. Esa actitud y fortaleza mantenía en alto la moral de aquella unidad como el mejor comandante ante su tropa. Nunca la vi flaquear, no en los peores momentos, ni cuando el dejo de estar, ni muchos años después cuando el deterioro de los la edad empezó a hacer mella en su salud.

Hoy, cuando me planteo mi vuelta al país tengo la suerte de contar con el apoyo de mi primo, no pasa una semana en que lo tenga detrás preguntándome sobre el avance de los tramites, llamando para apoyarme y animarme. Hoy le he visto, cosas de estas redes sociales, nos conectamos y junto a su pareja y su niña pude verlo, cosas de la genética es la figura viva de mi tío, una mujer  maravillosa a su lado que lleva meses escribiéndome y dándome ánimos  y reiterándome su apoyo incondicional, es como volver a vivir aquellos años.

José , el Ruso como le han dicho siempre al igual que a su padre, es otra alma solidaria, un padre comprometido y un laburante incansable, que siguiendo los pasos que sus progenitores le marcaron es alguien que no deja en la estacada a quien necesita, esta como yo necesito que este, recordándome lo que fui y lo que soy capaz de conseguir, confiando y haciéndomelo saber, en que esta es solo una etapa más para mí, que el cambio puede no ser fácil pero, además de necesario, será positivo porque seguir hacia adelante es la única opción válida.

Gracias Ruso, gracias otra vez por estar y demostrarme que aún queda gente como vos.

Hoy es viernes, mañana Shabbat,
 Shalom aleijem.


El Pibe

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