El Ruso
Diciembre de 1981, yo contaba entonces con 14 años, fue mi primera
migración en busca de trabajo, mi padre había fallecido casi dos años
antes y las expectativas para mi madre y
para mí, en Uruguay, no eran alentadoras.
En Argentina se vivía entonces una de tantas épocas de
bonanza económicas y allí estaban mis tíos, Beba la hermana de mi madre y Julio
su marido, regenteaban junto a sus hijos una panadería muy cerca de la avenida
Juan B. Justo. Mi tío Julio, hijo de
inmigrantes Judíos, había llegado a B. Aires desde Uruguay ya hacía unos
cuantos años, con muchísimo esfuerzo, como marcaba la tradición ancestral de su
estirpe, había conseguido, no sin algún traspié, una estabilidad económica al
lado de una mujer extraordinaria y habían formado una familia que trabajaba y vivía
en base al principio del trabajo duro y constante.
Mi tío, recordaba siempre con cariño la figura de mi padre,
años antes habían mantenido además de la
relación familiar derivada de sus parejas una gran amistad, que pese a las
dificultades de algún momento, perduraba
en el tiempo. Al fallecer mi padre, fueron los primeros en aparecer en escena
ofreciendo sin restricciones su apoyo en
aquellos momentos difíciles, al punto de ofrecernos no solo la posibilidad de
trabajar con ellos, sino también su hogar y cariño y el de su familia.
Así, en aquel verano, nos trasladamos a Buenos aires, mi
madre comenzó a trabajar con mi tía en la tienda de aquella panadería en la
calle Añasco y yo junto con mi primo a ayudar en la “cuadra” de aquella panadería. Por supuesto que una de las condiciones que ponían
a aquella colaboración era que yo continuase mis estudios, motivo por el cual sabía
que el esfuerzo seria por partida doble, Así empezó mi periplo estudiantil que
termino con un bachillerato acabado a base de exámenes libres preparándolos en
una academia en Ituzaingo y desplazándome a Montevideo cada 3 meses a
presentarme a los mismos. Metodología que continuo aun cuando regrese por fin a
Montevideo en el año 84 para poder así seguir trabajando y compaginando los
estudios.
Aquellos años marcaron a fuego lo que sería el resto de mi
vida, no me falto en ningún momento el apoyo emocional que necesitaba, la
figura de aquel hombre que, a pesar de las dificultades y desengaños sufridos de
parte de quienes él nunca supo negar ayuda, seguía manteniendo aquella actitud
solidaria, término representando la figura paterna perdida trágicamente.
Vivimos entonces aquel episodio trágico en la historia de
esa nación, la Guerra de las Malvinas, declarada el 2 de abril de 1982 y que conmociono a todo el país, y en el seno de
aquella familia se vivió con el nerviosismo lógico provocado por la
incertidumbre de no saber cuándo llamarían a filas a uno de sus hijos.
Aquella guerra infame, por un trozo de tierra que nadie
hasta entonces quería, en donde ondeaba una bandera que nunca debió hacerlo de
una potencia de ultramar lejana, dejó como saldo casi un millar de muertes
entre los 2 bandos y decenas de miles de vidas jóvenes marcadas por el horror
de un conflicto absurdo.
Una junta militar consciente de que llegaba al fin de sus días
decidió, como estrategia propagandística, reclamar aquel territorio sin
importarle el saldo inmoral de vidas de aquellos jóvenes obligados a
participar.
No hare un relato de lo ocurrido durante el conflicto, de
ello se ha hablado hasta el hartazgo y quien no lo conozca lo puede googlear
tranquilamente y verlo desde el prisma que prefiera. En aquel hogar se
intentaba diariamente mantener la calma y evitar hablar de lo obvio, nadie podía
adivinar que aquello terminaría en el mes de junio de ese mismo año, para mí y
los integrantes de aquel núcleo, nos parecieron décadas.
En mi recuerdo sigue latente la figura de aquel hombre, ni tio, que
poco tiempo después dejo este mundo, sigue hoy vivo como un ejemplo de
solidaridad no solo con los más cercanos, sino también con cualquiera que su corazón
le dictara merecía ser ayudado.
A su lado su mujer, Beba, con una fortaleza envidiable y sentido
de entrega a la familia, mantenía a raya a base de interminables horas de
trabajo la economía de aquella empresa familiar. Emprendedora como pocas he
conocido en mi vida, no recuerdo ya que no supiera hacer, su paso firme y
decidido por la vida, arremetía contra
las dificultades como un verdadero huracán y quienes íbamos detrás sabíamos que
podría con todo. Esa actitud y fortaleza mantenía en alto la moral de aquella
unidad como el mejor comandante ante su tropa. Nunca la vi flaquear, no en los
peores momentos, ni cuando el dejo de estar, ni muchos años después cuando el
deterioro de los la edad empezó a hacer mella en su salud.
Hoy, cuando me planteo mi vuelta al país tengo la suerte de
contar con el apoyo de mi primo, no pasa una semana en que lo tenga detrás preguntándome
sobre el avance de los tramites, llamando para apoyarme y animarme. Hoy le he
visto, cosas de estas redes sociales, nos conectamos y junto a su pareja y su
niña pude verlo, cosas de la genética es la figura viva de mi tío, una
mujer maravillosa a su lado que lleva meses
escribiéndome y dándome ánimos y reiterándome
su apoyo incondicional, es como volver a vivir aquellos años.
José , el Ruso como le han dicho siempre al igual que a su
padre, es otra alma solidaria, un padre comprometido y un laburante incansable,
que siguiendo los pasos que sus progenitores le marcaron es alguien que no deja
en la estacada a quien necesita, esta como yo necesito que este, recordándome lo
que fui y lo que soy capaz de conseguir, confiando y haciéndomelo saber, en que
esta es solo una etapa más para mí, que el cambio puede no ser fácil pero, además
de necesario, será positivo porque seguir hacia adelante es la única opción válida.
Gracias Ruso, gracias otra vez por estar y demostrarme que aún
queda gente como vos.
Hoy es viernes, mañana Shabbat,
Shalom aleijem.
El Pibe
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